Hoy
me apetece hablar de otros demonios y me toca hablar de Navas. Navas es un futbolista
que juega en el Sevilla aunque se va al Manchester City, es larguirucho,
técnico, rápido como una centella, y ayer marcó el penalti decisivo que manda
a la selección de España hasta la final de la copa confederaciones en Brasil. Hasta el momento todo parece normal ¿no? Otra historia
de esos chavales afortunados que gracias a un talento natural, entrenamiento y
la pizca de suerte necesaria para aliñar los anteriores ingredientes trabajan
en uno de los oficios mejor remunerados del mundo, pero creo que la historia de
Navas es diferente.
Navas,
sufría ataques de ansiedad cuando arrancó su carrera, no podía pasar períodos
largos lejos de su casa y en las concentraciones con el Sevilla se venía abajo. Le desbordaba todo aquello que rodea a este deporte y que poco tiene que
ver con pasar, regatear, chutar y defender con un balón en los pies, Navas sólo sabía jugar a futbol.
Ayer
a ese chaval de naturaleza melancólica le tocó tirar el penalti decisivo, y lo
hizo con autoridad, dejando el peso del mundo a un lado, al palo derecho y con precisión. Yo
me alegré mucho, de verdad que sí. Levanté mi jarra de cerveza pensando en Navas
y en el camino que había recorrido desde aquellas concentraciones en las que la
ansiedad le bloqueaba los sentidos hasta este penalti, y sentí esa fuerza que
llevamos dentro que nos permite afrontar lo inafrontable, encontrar nuevos
caminos y recuperar la alegría de vivir.